El “tiro alegre” es un eufemismo utilizado para denominar la práctica que consiste en disparar un arma de fuego sin un blanco específico, frecuentemente ejecutada con ánimo celebratorio en fechas significativas y común tanto en entornos urbanos como rurales de México.

De acuerdo a un informe presentado en 2016 por el Centro Regional de las Naciones Unidas para la Paz, el Desarme y el Desarrollo en América Latina y el Caribe, México es el segundo país en la región con mayor número de incidentes ocasionados por estos proyectiles, provenientes en su mayoría de armas ilegales o fuera de regulación. Aunque la velocidad terminal de una bala perdida al momento de su descenso es notoriamente inferior a la del instante en que abandona el cañón del arma, esta aún puede rebasar los 90 metros por segundo. La velocidad que se estima necesaria para penetrar un cráneo humano es, en contraste, de tan sólo 61 metros por segundo.

En el 2016, ejecuté en Buenos Aires, Argentina, la primera intervención a muro de una serie que continúa en proceso. De manera muy concreta, todas las obras pertenecientes a este cuerpo de trabajo se llevan a cabo utilizando cartuchos útiles recuperados por distintas vías, frecuentemente a través de contactos informales con miembros del ejército o diversos cuerpos policíacos. Estos se convierten así, en instrumentos de dibujo con los cuales se intervienen directamente las paredes de cada uno de los espacios de exhibición en que se han mostrado hasta este momento.

El título de la serie en cuestión es una voz latina empleada por Thomas Hobbes en Leviatán (1642) y De Cive (1651); la ojiva en esta imagen fue recolectada en 2018 en la alcaldía Iztapalapa por uno de mis amigos más cercanos.

Antes de ser encontrada, atravesó un tejado de plástico y se alojó en la defensa trasera del automóvil de su abuela. Yo la guardo en uno de los cajones de un pequeño archivero metálico en mi estudio en casa, al lado de cuatro balas .38 súper, un cartucho .223 y una bala Luger 9 mm, todas sin percutir.