Esta es la historia de una revuelta que nunca pasó.
El día en que Santiago cumplió 70 años, su nieto Santi cumplió 12. Siempre le gustó compartir su cumpleaños con su nieto favorito, sobre todo porque su nuera hacía el pastel de tres leches que a los dos Santiagos les gustaba. Abuelo, dijiste que cuando cumpliera 12 me contarías la historia de las estacas que están en la cajita de cristal en tu despacho, le reclamó Santi. Yo siempre cumplo mis promesas, pero desde ahora te advierto, este es un cuento de terror, le dijo el viejo, acercando una silla para que el niño se sentara junto a él mientras comían pastel.
Estas estacas alguna vez mantuvieron unidas las vías del ferrocarril que pasaba por nuestro pueblo, relató Santiago. Las vías recorrían todo el país, llevando y trayendo comida para que muchas familias pudieran tener frijoles, leche, huevos y tortillas todos los días. Era un buen plan, hasta que un grupo de monstruos lo estropearon. Entonces, estas estacas se convirtieron en armas para matar monstruos.
Primero llegó un grupo de vamPRIros, cuya maña especial era engañar a la gente para chuparles la sangre. Decían tan buenas mentiras, que todo el mundo se las creía. Dicen que una vez convencieron a un hombre de que recibiría una moneda de tres pesos como pago por un litro de sangre. Con su fraudulento pero persuasivo discurso, lograron raptar a muchísimos señores que vivían por el rumbo para seguir armando las vías del tren y para construir unos almacenes descomunales. Yo era uno de esos señores.
Después llegó el Profezombie, un muerto viviente que se podía comer los cerebros de seis personas a la hora del desayuno. El villano siempre iba acompañado de su mascota, un reptil gigantesco con colmillos y escamas, llamado Conasapo. El animal tenía un ojo negro y el otro rojo. Siempre te dabas cuenta cuando estaban cerca porque tenían un olor a podrido que hacía vomitar a los niños.
El grotesco grupo de sinvergüenzas nos mantuvo cautivos para que construyéramos alrededor de cuatro mil silos por todo México. Les llamaban “los graneros del pueblo,” aunque ni servían como graneros, ni eran del pueblo. Nos dijeron que nos iban a pagar con despensas, pero los anaqueles casi siempre estaban vacíos. Así pasaron varios años y en el pueblo teníamos cada vez menos fuerzas y más hambre.
Un día, cuando estaba ensamblando las traviesas de las vías del tren, me di cuenta de que la solución estuvo siempre en mi mano. La estaca con la que estaba trabajando era el arma que necesitaba para matar vampiros, zombies y dinosaurios. Fui corriendo a contarles mi plan a los demás señores, quienes tomaron las demás estacas y se prepararon para defender a sus familias de los abusos de los monstruos corruptos. Pero los vamPRIros, el Profezombie y Conasapo se habían largado la noche anterior, nunca los volvimos a ver. Nos quedamos ahí sentados, en una bodega vacía, armados y alborotados.