A propósito de una conversación con un colega norteamericano por correo electrónico sobre Pira, instalación del 2016 exhibida en Buenos Aires, Melbourne, San Francisco y Ciudad de México entre el año de su creación y el momento de este intercambio:
Decidí que tu mensaje necesitaba un tiempo específico para sentarme y retomar varias cuestiones que tocas en tu correo previo y que son una parte integral de las preocupaciones de mi práctica, como es la memoria sociopolítica y la fragilidad, entendida desde una perspectiva amplia.
Sí, Ayotzinapa fue un punto de quiebre en la vida política mexicana -debido en gran parte a la impunidad y el horror descarnado que representa- y tiene que ver con la idea de una descomposición expresa de la idea de poder, no solo en México, sino en Latinoamérica-. He estado investigando la historia del movimiento guerrillero y pensamiento político radical por más de una década, y ese interés particular resurge una y otra vez expresado en distintas formas a través de mi producción artística. Pero sí, eres bastante acertado al mencionar que mi interés particular en estos tópicos tiene que ver con una necesidad individual de entender un territorio post-nacional fragmentado, que es como entiendo México personalmente.
Podríamos decir que la investigación particular sobre el asesinato de civiles operadas por el estado empezó mucho antes de Ayotzinapa, y es algo que ha estado sucediendo aquí a lo largo de décadas. Sin embargo, es cierto que estos episodios se volvieron más visibles y hasta cierto punto más recurrentes desde que la llamada Guerra contra el Narco comenzó en el 2006… las muertes han rebasado la cifra de 100,000 individuos y sigue subiendo. Es una historia compleja y con muchas capas, pero es sombría y fascinante, como bien mencionas.
Y bueno, sí. De acuerdo al reporte de la verdad histórica, esa es la manera en que los cuerpos fueron desaparecidos, aunque esta aseveración se ha puesto en duda por investigadores independientes y ONGs gubernamentales, incluso llegando a contrastar la información disponible en mapas termales satelitales del área en el que la pira se ubicaba supuestamente. He seguido el caso muy de cerca, en concordancia con mis intereses previos aparte de que supuso un momento turbulento en mi país, por decir poco. Mis fuentes principales fueron periodistas investigativos cercanos, medios independientes y los reportes de caso publicados por las ONGs que estuvieron involucradas de manera directa con las familias de los desaparecidos. Equipos argentinos y australianos trabajaron en campo y cuando sus reportes finales fueron liberados, negaron terminantemente que un fuego de la magnitud suficiente para incinerar 43 cuerpos humanos sucedió en el basurero de Cocula, en contradicción directa con esta “verdad histórica”. Así que sí, básicamente lo que me impulsó a conceptualizar este trabajo era un intento de señalar de manera sutil el absurdo y la gravedad de la desaparición de un solo cuerpo humano en caso de que fuese desaparecido en la manera en que la versión gubernamental señalaba que había sucedido. Contrasté la información forense que logré recopilar por distintos medios y chequé su plausibilidad con algunos conocidos casuales que trabajaban en disciplinas afines y así fue cómo se determinaron las cantidades de material utilizadas en la instalación final.
También eres muy sugerente cuando mencionas Varanasi… nunca he estado ahí, pero estoy al tanto del significado ritual de las prácticas que llevan a cabo allí. Otra cosa que cruzó mi mente cuando trabajaba en esto era Thích Quảng Đức, el monje Mahayana vietnamita que se auto inmoló de manera icónica en la década de los 60, o episodios similares en India, Tíbet, disidentes de la era del bloque soviético o eventos tan recientes como la Primavera Árabe.
La inmolación como una estrategia radical de acción política resuena tanto como método extremo de protesta como una instancia de borradura por la superestructura política y es perversa pero fascinante, lo que nos regresa a la misma idea de la pira y las implicaciones ceremoniales que la misma palabra sugiere.
A la fecha, el papel concreto del Ejército mexicano en los sucesos de Iguala no se ha esclarecido del todo. La Secretaría de la Defensa Nacional ha retenido la información que posee sobre el caso y en fechas tan recientes como marzo del 2019, el Centro ProDH ha manifestado que el Ejército sólo ha liberado información distorsionada y de poca valía para la investigación.
Esta es una publicación editada por el Estado Mayor Presidencial para el desfile militar conmemorativo por el CXXXII Aniversario de la Independencia de México, celebrado en 1942. Identifica como comandante al General de División Abelardo Rodríguez Luján, militar priista que posee la dudosa distinción de ser el último presidente de México que ejerció el cargo en calidad de sustituto entre 1932 y 1934, entre otros nombramientos públicos de alto rango.
A pesar de ser un documento sumamente técnico al describir exhaustivamente el protocolo a seguir por todas las unidades del ejército involucradas en el desfile, posee una sección profusamente ilustrada donde muestra de manera gráfica las formaciones de divisiones a pie, trayectoria aérea de las aeronaves involucradas y posiciones en tierra que otros elementos ocuparon ese día, aparte de otros datos, algunos de mayor interés para un lector no especializado en el tema.
De manera muy discreta, aparece una inscripción escueta y poco clara, que denota con una línea punteada una extensísima presencia -desde el Ángel de la Independencia hasta el cruce de Eje Central con 16 de septiembre, en el centro de la ciudad- lo que el mapa desplegable en cuestión denomina “elementos civiles militarizados”.
Sólo podemos asumir que esto se refiere a que ese miércoles en la Ciudad de México, cientos de efectivos militares armados y encubiertos observaron hombro con hombro, entre una multitud ajena a este hecho, la celebración de su liviana trivialidad.